A los paraguayos tambien y los entiendo perfectamente. Estan molestos y al igual que los peruanos, solo porque nuestro campesino-presidente es muy bocon.
Evo y el diktat bolivariano
Evo Morales, presidente de Bolivia, se permitió abogar por la destrucción de la democracia paraguaya, en la cara misma del presidente paraguayo, que, como correligionario suyo, aprobaba el consejo. Se sabe que los juramentos de Fernando Lugo no valen mucho, por lo que no debe extrañar a nadie que esté dispuesto a violar también el que le hizo a la Nación el 15 de agosto del 2008.
El hecho que Fernando Lugo no quiera defender la democracia paraguaya, no quiere decir que los paraguayos admitan que un presidente boliviano, el día de la Victoria del Chaco, venga a decir que hay que destruir la Constitución, en una descarada intervención en los asuntos internos paraguayos. Quiere simplemente decir que Paraguay está presidido, como algunas veces en su historia, por un presidente que prefiere someterse a instrucciones extranjeras.
Si no bastaran todas las falencias y omisiones de Fernando Lugo para incoar un inmediato juicio político, la del 12 de junio es la más grave, porque señala el apoyo del presidente paraguayo al plan del eje autoritario de Hugo Chávez de destruir la institucionalidad paraguaya. Si el Congreso no comprende de qué se trata, entonces no hay salvación para Paraguay.
Lugo ha demostrado hasta el cansancio que no es digno de ocupar la presidencia de la República del Paraguay, país al que no cesa de intentar deshonrar y traicionar. Que en la propia capital del Chaco, regado con la sangre de más de treinta mil héroes, se permita al presidente de Bolivia, sin respuesta alguna, opinar sobre los asuntos internos paraguayos, rebasa todos los límites.
Fernando Lugo se está poniendo fuera de la ley y no se encuentra fuera del gobierno por el soporte que recibe desde el Partido Liberal. El senador Blas Llano, por ejemplo, uno de sus líderes, quien junto a la izquierda radical considera que hay que “barrer” a quienes no piensan como él.
Pronto vendrá el tirano de Venezuela a disponer cómo se maneja la República, administrada por su lacayo Fernando Lugo, y nadie dirá una palabra porque Paraguay habrá dejado de existir. Esto es lo que ya sucede en Bolivia y, por lo que Lugo ha mostrado en Mariscal Estigarribia, es lo que está tratando de hacer en Paraguay.
Ahora parece más oportuno que nunca afirmar que si Paraguay quiere seguir siendo libre, democrático e independiente, se debe destituir a Fernando Lugo, que ya se ha salido del marco de las leyes. Destituirlo por medio del juicio político. Paraguay no eligió a Fernando Lugo para que lo entregue mansamente a Bolivia ni a sus déspotas, sino para que gobierne para los paraguayos. La provocación de una persona, resistida en su país por sus desplantes de tiranuelo, fue permitida por un indigno presidente del Paraguay, en la propia capital del territorio recuperado a sangre y fuego, justamente el día en que se honra a sus defensores.
El hecho que Fernando Lugo no quiera defender la democracia paraguaya, no quiere decir que los paraguayos admitan que un presidente boliviano, el día de la Victoria del Chaco, venga a decir que hay que destruir la Constitución, en una descarada intervención en los asuntos internos paraguayos. Quiere simplemente decir que Paraguay está presidido, como algunas veces en su historia, por un presidente que prefiere someterse a instrucciones extranjeras.
Si no bastaran todas las falencias y omisiones de Fernando Lugo para incoar un inmediato juicio político, la del 12 de junio es la más grave, porque señala el apoyo del presidente paraguayo al plan del eje autoritario de Hugo Chávez de destruir la institucionalidad paraguaya. Si el Congreso no comprende de qué se trata, entonces no hay salvación para Paraguay.
Lugo ha demostrado hasta el cansancio que no es digno de ocupar la presidencia de la República del Paraguay, país al que no cesa de intentar deshonrar y traicionar. Que en la propia capital del Chaco, regado con la sangre de más de treinta mil héroes, se permita al presidente de Bolivia, sin respuesta alguna, opinar sobre los asuntos internos paraguayos, rebasa todos los límites.
Fernando Lugo se está poniendo fuera de la ley y no se encuentra fuera del gobierno por el soporte que recibe desde el Partido Liberal. El senador Blas Llano, por ejemplo, uno de sus líderes, quien junto a la izquierda radical considera que hay que “barrer” a quienes no piensan como él.
Pronto vendrá el tirano de Venezuela a disponer cómo se maneja la República, administrada por su lacayo Fernando Lugo, y nadie dirá una palabra porque Paraguay habrá dejado de existir. Esto es lo que ya sucede en Bolivia y, por lo que Lugo ha mostrado en Mariscal Estigarribia, es lo que está tratando de hacer en Paraguay.
Ahora parece más oportuno que nunca afirmar que si Paraguay quiere seguir siendo libre, democrático e independiente, se debe destituir a Fernando Lugo, que ya se ha salido del marco de las leyes. Destituirlo por medio del juicio político. Paraguay no eligió a Fernando Lugo para que lo entregue mansamente a Bolivia ni a sus déspotas, sino para que gobierne para los paraguayos. La provocación de una persona, resistida en su país por sus desplantes de tiranuelo, fue permitida por un indigno presidente del Paraguay, en la propia capital del territorio recuperado a sangre y fuego, justamente el día en que se honra a sus defensores.
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